Gremio

 

Tras uno de los primeros estrenos públicos que tuve en Barcelona durante mis estudios, un célebre compositor de mi región —su nombre podría ser J.G.— llamó expresamente a mi profesor de entonces para quejarse de que estuviese programada la pieza de ese chico que no tenía ninguna idea ni sentido formal. Poco antes, en el conservatorio profesional, un bien asentado profesor del centro que podría llamarse A.S., dijo abiertamente en su clase —a la que yo ni siquiera asistía— que mi música era muy facilona en respuesta al premio que recibí en un concurso para jóvenes compositores del propio centro. Hoy esas dos anécdotas me parecen entrañables y con el tiempo creo que sus comentarios no iban desencaminados, pero no deja de sorprenderme esa necesidad de reafirmarse en el modo en que lo hicieron y la posición que ostentaban. ¿Cómo de competitiva tiene que ser la escena musical para que un compositor consagrado se sienta amenazado por un estudiante que no es nadie?

 

Probablemente conocemos demasiadas anécdotas, demasiadas historias de rencillas personales, de pequeñas mezquindades y de rivalidad entre compositores. Esas discusiones y actitudes tienen a menudo más que ver con inseguridades, frustraciones y envidias que con discrepancias musicales. Es paradójica la ausencia palmaria de debate estético en contraposición a la abundancia de discusiones pueriles de patio de colegio. Somos muy dados a quejarnos sobre lo mal tratado que está nuestro sector y lo olvidados que estamos, pero ¿nos hemos preocupado por el gremio alguna vez o solo hemos peleado para que nos programen a nosotros?

 

Si analizo las épocas en que me he acercado más a este tipo de beligerancia, puedo vincularlas claramente a mi etapa de inexperiencia, de desconocimiento de la música que quería hacer y de no ser consciente de las herramientas para lograr hacerla. Paradójicamente, en esa época estaba convencido de lo que era música correcta y lo que no. Era un completo idiota, pero afortunadamente uno acaba por aprender que no hay mayor fortaleza que aceptar la duda y que aquello que nos pone en cuestión es una anomalía valiosísima. Intento no bajar la guardia: ante las dificultades, esas actitudes defensivas amenazan con pudrirnos de nuevo.

 

No abogo por rechazar cualquier tipo de análisis o discusión sobre los aspectos no musicales que rodean nuestra escena —al fin y al cabo, este texto es también una reflexión sobre ello—, pero creo que la mayoría de las veces este espíritu crítico obedece al egoísmo y a frustraciones personales y no a un interés por fortalecer las condiciones de nuestra profesión. También creo que deberíamos ser comprensivos con algunos casos, como cuando un creador se encuentra en una situación difícil en la que no puede desarrollar las ideas que imagina por falta de oportunidades y es sensato que sienta un malestar ante muchas situaciones. Me parecería poco elegante focalizar esta crítica en ellos. Es curioso, no obstante, apreciar que esta actitud agresiva y competitiva a menudo la ostentan también —y quizá en mayor medida— aquellos que pueden desarrollar perfectamente su trabajo. Sencillamente lo quieren todo y creen merecerlo todo. Compaginan la tarea de llorar con la de exigir. No aprecian más que a compositores que, o bien están muertos, o bien viven a miles de quilómetros, o bien forman parte de su séquito —siempre pequeño y solo tolerable mientras no destaquen más que ellos—. Es raro verlos en un concierto en el que no estén programados.

 

Centrémonos en lo virtuoso. Creo advertir que poco a poco estamos entendiendo que juntos hacemos muchísimo más que por separado. Empezamos a ver que la actitud individualista de preocuparse exclusivamente por los encargos que le hacen a uno y descuidar los derechos del gremio no es ni siquiera una estrategia óptima a nivel egoísta y representa una fuerza minúscula ante una sociedad en la que hemos perdido importancia o una administración que no siempre cumple nuestras expectativas. Intuyo una renovada camaradería, una voluntad de construir una escena —y no solo nuestra carrera—. Quizá esa actitud haya sido el motor que ha multiplicado la creación de estructuras como ensembles, ciclos, festivales e incluso un sindicato en los últimos años, proyectos que sin excepción se edifican sobre el sacrificio de creadores que han dado mucho más de lo que reciben. Estructuras fundamentales para el desarrollo de lo que hacemos, pero también para lo que se hará. Mi impresión es que esta camaradería es aún más notable en las generaciones que vienen. Como programador he intentado crear los espacios que los compositores que nos anteceden puedan necesitar y he intentado no estar aislado de ellos. Me atrae su espíritu de colectivo. Ellos son los que realmente cambiarán este paradigma.

 

Evidentemente, todo esto no excluye las inevitables diferencias. Tengo compañeros con una idea de creación que es prácticamente irreconciliable con la mía. Pero ello no debería implicar no escucharnos, ni tener que menospreciarnos personalmente a niveles que parecen ir más allá del debate estético. Pensémoslo: todos los compositores hemos vivido por igual situaciones que muy poca otra gente puede entender. La euforia de tener una idea que nos incendia; la devastación que sentimos cuando un músico no cuida aquello que hemos imaginado en nuestra intimidad y que nos hace vulnerables; o el júbilo de trabajar nuestra creación con intérpretes que igual no conocíamos y pasan a ser nuestra familia. ¿Cómo podemos despreciar a alguien que, como nosotros, siente esas cosas, precisamente en el ejercicio de aquello que amamos tanto? ¿Tan débiles y cobardes somos que no nos atrevemos a apreciar una música que no sea la nuestra? Nos diferenciamos mucho, quizá en lo esencial, pero somos semejantes.

 

Por lo contrario, en ocasiones me temo que, por culpa de querer preservar este espíritu de cordialidad, hemos descuidado el valor del debate estético, y esa es una carencia imperdonable. Echo de menos poder confrontar nuestras ideas, que expresemos más a menudo nuestro modo de ver la creación y de confrontarlo con el mundo. También que esa discusión la llevemos a la esfera pública, y que no permitamos que se digan tantas inexactitudes sobre nuestro trabajo. Las ideas que motivan lo que creamos son impulsos muy poderosos y es lógico que generen fricciones y que desaten pasiones, a veces en conflicto con las de otros creadores. Así que discúteme. Confronta mis ideas. Quiero escuchar las tuyas. Muéstrame una forma de ver la música que no pueda concebir, pero deja de hablar de tu maldita carrera y no me cuentes tus agotadoras envidias.

 

22.6.2021