Pertenencia, individualidad y libertad creativa
Los compositores conformamos un gremio de trileros con un extenso repertorio de lugares comunes y frases memorizadas. Estas no requieren contener ningún tipo de reflexión inteligente para que sean altamente efectivas en el arte de engañar a periodistas, aficionados y sobre todo a nosotros mismos en la ilusión de que tenemos algo interesante que decir o ser. Uno de estos trucos es la consideración de que el propósito de la creación no consiste tanto en dar una respuesta al dilema de innovar sino en “ser uno mismo”, un eslogan cómodo y complaciente. Esta idea no genera conflictividad con ninguno de los extremos del espectro estético progresista-conservador, un espectro del que no parece que podamos prescindir aún. Los creadores supuestamente vanguardistas pueden identificar su deseo de explorar territorios inéditos con el impulso de indagar en sí mismos. Por otro lado, los creadores de corte más conservador articulan su discurso como ese mismo impulso de ser ellos mismos en un ejercicio de posicionamiento en contra de una supuesta tiranía de la innovación.
El problema con estos enfoques no radica en su incapacidad como respuestas a la pregunta sobre el significado de la creación musical sino en que “ser uno mismo” no significa absolutamente nada. La expresión parece insinuar que invocar esa capacidad de individualización es una garantía de libertad. Se sugiere que la libertad consiste en deshacerse de condicionantes externos y explícitos para, una vez aislados de toda influencia, poder retirar el velo que nos impedía saber quiénes somos y qué queremos. Sin embargo, el ejercicio de elegir libremente tiene más que ver con comprender a qué pertenecemos que con desprendernos de ello. Los compositores tenemos la tendencia a caer en la fantasía de mitificar una individualidad heroica, pero lo cierto es que vivimos en el mundo, nuestra escucha se ha formado en él, y el ejercicio deliberado de entender la relación con nuestra cultura es la herramienta que puede posibilitar que tengamos una voz mínimamente propia.
Estas consideraciones sobre la libertad creativa presentan evidentes correlaciones con las diferentes concepciones de libertad política. La popularización del concepto de individualismo asociado al acto creativo sería difícil de imaginar sin determinados contextos económicos y políticos en los que podemos plantear la misma contraposición expuesta anteriormente. El concepto neoliberal libertario considera que los ciudadanos son libres cuando no están sujetos a regulación, que cuanto menos sometidos a leyes y menor es la presencia del estado, más fácil les es saber qué quieren y tomar las decisiones correctas. Por otro lado, contrariamente a lo que a veces se supone, la izquierda no desprecia el concepto de libertad individual, sino que lo concibe como la necesidad de no ser excluido de la actividad pública y la ausencia de dominaciones no solo explícitas sino estructurales. Por ejemplo: una familia con bajos recursos económicos puede vivir en un sistema político que le permite elegir el tipo de educación de sus hijos, pero esa libertad de elección no tiene efectividad real si no tiene los medios para pagar las diversas opciones de escolarización. Que los ciudadanos puedan elegir en libertad es algo a menudo bastante más complejo que el hecho de que la ley lo permita. Del mismo modo, un compositor puede proclamar que no se rige por tendencia alguna y que él toma sus decisiones. En su ingenuidad llama modas a las corrientes que le son más opuestas, pero ignora las que le son más afines y forman parte de él. En tanto que no es consciente de los sistemas en los que vive, piensa y escucha, está completamente sometido a ellos, por mucho que insista en su individualidad.
Es oportuno comentar el arquetipo de compositor que en su madurez vuelve su estilo más consonante, acompañándose del discurso de haber logrado deshacerse de cierta tiranía que no le permitía ser él mismo y que ahora se atreve a hacer música más simple (el elogio de una simplicidad en el fondo sofisticada acompaña a menudo a estos discursos; faltaría ver si acompaña del mismo modo a sus músicas). Encuentro pertinente defender a los colegas compositores que han vivido situaciones en las que se ha ejercido una coacción ya no subliminal sino explicita sobre su manera de hacer música. Una imposición que a menudo ejercen, por cierto, otros colegas que quizás son menos progresivos de lo que les gusta proclamar, motivo probable de su necesidad de erigirse en inquisidores oficiales de las Vanguardias™. Es sin embargo insuficiente considerar la constricción explicita del entorno como el único impedimento a la libertad de creación. Superarla puede ser condición necesaria, pero no suficiente, y en muchos casos los elementos estructurales implícitos pueden tener un peso mucho mayor en las decisiones que tomamos. Conviene además estar alerta ante la insinuación algo tramposa que hace ese discurso de que los demás, los que no han dejado de buscar una música disruptiva lo hacen como una expresión de sometimiento a una corriente predominante, como si posicionarse ante lo que implica el código de cada época y qué hacer con él no encerrase muchísimas consideraciones y motivaciones diversas.
Un último apunte: conviene ser prudentes ante el reduccionismo de considerar todo aquello de lo que formamos parte y que nos determina como una amenaza a la libertad. Los códigos de escucha que rigen la cultura musical en la que vivimos no son unos meros condicionantes que limitan nuestra capacidad de creación: son también la herramienta que la posibilitan. Del mismo modo que un escritor utiliza el lenguaje como medio con el que articular sus ideas a pesar de que este lenguaje condiciona cuáles son y cómo pueden ser expresadas, la creación musical es también posible gracias a los mismos códigos subyacentes que son a su vez su propio límite. La libertad creativa tiene mucho más que ver con la toma de conciencia de todo aquello que configura y determina lo que somos que con la imposibilidad de intentar prescindir de esos elementos.
30.5.2023